Blog de D. Javier

¡Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero! (Jn. 21, 17)

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Homilía del domingo XXX del Tiempo Ordinario (ciclo A 2023)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos recuerda el núcleo de nuestra fe: el amor. Y el amor en una triple dimensión: a Dios sobre todas las cosas; derivado de este amor, descubrir en el otro a un prójimo al que amar y no un enemigo con el que competir; y el amor a uno mismo, que necesita estar bien ordenado para poder amar a los demás. Si uno no sabe amarse bien a uno mismo, sin duda, acabará intoxicando todas sus otras relaciones.

Y ¿Dónde encontramos la conjunción perfecta de estos amores? ¡En el Calvario! En el culmen de la gran alianza de Dios con la humanidad. El Calvario es la celebración del matrimonio entre Dios y la Iglesia. Hay un novio, Jesús, una esposa, la Iglesia, representada en María, un testigo sacerdotal, san Juan, y los testigos laicos, el centurión y los que dieron testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, el Señor. Y de ese matrimonio que forma la familia que es la Iglesia brotan los hijos, que somos nosotros. Y así es como tenemos que ver a la humanidad: como una familia en la que cada uno juega su papel y en el que nadie sobra. Y por eso uno no puede amar a Dios, al padre, sin amar a la mujer, la Iglesia, o a los hijos, que son el prójimo. Así lo ha querido Dios y nosotros, si de verdad le amamos, no tenemos otro camino. Preguntad a un padre de familia por su hijo: te reconocerá errores, pero siempre intentará salvarle, comprenderle, y destacará sus virtudes. Pues eso mismo hace Dios y, por eso, nos insiste: hay que amar a todo el mundo, en su debido orden. ¡Pero amar!

Y dentro de esa filiación divina de la que todos participamos, hay un elemento diferenciador: el Bautismo. Todos somos, como decía Santo Tomás de Aquino, hijos de Dios por creación -somos criaturas de su amor-, pero sólo los bautizados somos también hijos por adopción. ¿Qué significa esto? Resumiendo mucho: que, además de ser hijos por creación, somos hijos por elección propia. Es como decir: somos hijos y queremos estar en casa. Y por eso, por cierto, porque sabemos qué significa vivir en casa y lo bien que se está, porque queremos a nuestro padre, Dios, queremos que nadie sea como el hijo de la parábola que huye de su verdadero hogar. Y por eso llamamos a nuestros hermanos a estar en la Iglesia, porque es nuestro mayor tesoro.

Y en el Bautismo se nos da una vida nueva, la de la gracia, la de estar en casa y la de ser templos del Espíritu. Y eso se realiza de un triple modo: desde la identidad que nos da el ser hijos de Dios, ser sus instrumentos siendo sacerdotes, profetas y reyes. Sólo si vivimos de esa manera podremos cumplir el doble mandato que Jesús nos propone. 

Ser sacerdotes: ¿cómo? Custodiando el Templo en el que todos somos santos, el hábitat creado para que el hombre se santifique y Dios se haga presente. Esto no es un ecologismo absurdo, sino la toma de conciencia de la creación es la condición de posibilidad que tenemos para ser santos y, sobre todo, para que Dios brille y se refleje su gloria. Pero también somos sacerdotes cuando, como nos pide el Señor, oramos en todo momento con obras y palabras, cuando nuestra vida consiste en un continuo diálogo, alabanza y acción de gracias a Dios.

Ser reyes: esto tiene que ver con dar y custodiar la vida. No sólo cuidamos el templo, sino a quienes habitan en él. Y, ¿quién es un rey? Es el hijo de otro rey, en nuestro caso Dios, y el primer servidor del pueblo. Por eso, somos reyes cuando servimos y acercamos al Cielo a nuestros hermanos y les ayudamos a ser la versión de ellos mismos que sueña Dios.

Y nos queda la función profética, que tiene que ver no tanto con anticipar el futuro, sino con algo más profundo. Para Guardini, «ser profeta significa conocer el sentido de las cosas e interpretar los acontecimientos desde la perspectiva de Dios». Es decir, que es nuestro deber orar y ayunar para pensar como Cristo, querer lo que Cristo y sentir como Cristo. Sólo así podemos ofrecer al mundo la visión profética, que es la de Dios y no la nuestra.

Profundicemos en nuestra identidad bautismal desde estas claves. Al menos intentarlo, aunque a menudo fallemos. Pero, si no, que nadie diga que quiere amar a Dios sobre todas las cosas. Pero como nosotros sí queremos, vamos adelante, vamos a rezar, vamos a formarnos, vamos a ser santos para que el mundo sea santo. Vamos a hacer todo esto y, cuando lo hagamos, tendremos en el corazón la mayor de las alegrías, que es la de saber que le estamos sacando una sonrisa enamorada al corazón de Jesús.


Lecturas recomendadas:

Mucha gente me pregunta por algún libro de lectura espiritual. Seguro que hay libros mejores, pero estos, seguro, pueden ayudar a profundizar un poco en el gran tesoro que es nuestra fe:
Empiezo por los más sencillos:
- La Biblia, paso a paso (John Bergsma)
- El Nuevo Testamento, paso a paso (John Bergsma)
- La libertad interior (Jacques Philippe)

- La oración, camino de amor (Jacques Philippe)
- Cartas sobre la formación de sí mismo (Romano Guardini)
- La Santa Misa y el divino protocolo (Fernando J. Rey Ballesteros)
- Las confesiones (San Agustín)
- El hermano de Asís (Ignacio Larrañaga)
Algo más complejos, pero absolutamente recomendables:
- Los misterios de la vida de Cristo (Luis Mª Mendizábal)
- Vida de Cristo (Fulton Sheen)
- La Eucaristía, nuestra santificación (R. Cantalamessa)
Para nota: El Señor (Romano Guardini)
Para nota: Jesús de Nazaret (Joseph Ratzinger)
Y luego, ya que estamos, pongo el mío, para quien vaya hacer o haya hecho el Camino de Santiago y quiera profundizar en su significado cristiano:
- El Camino de Santiago. Un encuentro con Dios (ed. Palabra. 2021)


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